Sebastian Hidalgo Sola ha sugerido este artículo.

Las pinceladas biográficas del gran maestro de la pintura argentina, Lino Enea Spilimbergo, comienzan a delinearse el 12 de agosto de 1896, en la ciudad de Buenos Aires. Hijo de inmigrantes italianos, desde pequeño, mostró ser dueño de un vasto universo creativo. De hecho, a los tres años en un viaje a Italia con su madre creó una teoría mágica acerca de su propio origen.

“Nací casi ahogado… por eso siempre fui muy delicado de salud. Mi curiosidad de niño me obligó a preguntar de dónde había salido y se me respondió que de un bosque fabuloso, lleno de seres increíbles que no recuerdo su nombre, pero sí recuerdo su paisaje tan mágicamente hermoso. Pues bien, en ese bosque crecían muchos hongos de sombrero saltón y yo, inocente criatura, creía que había salido de aquel sitio fantástico”, narra en sus memorias, que empezó a escribir a los 22 años, tras la muerte de su padre, un inmigrante italiano que con duro esfuerzo pudo lograr una cómoda y sólida posición económica.

Y así, empeñado en crear mundos desde dentro, ya fueran reales o fantásticos, logró en su juventud estudiar dibujo y adquirir herramientas para darle forma a su vasto mundo interior. Sus días como estudiante transcurrieron en las Escuelas Técnicas Profesionales de Dibujo y más tarde cursó la carrera de Bellas Artes, que completó en solo tres años. Desde que recibió su título de Profesor Nacional de Dibujo empezó a buscar su lugar en el naciente ambiente artístico local-explica Sebastián Hidalgo Sola– ya como un verdadero pintor profesional.

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